Hay de muertos a muertos
Hace poco estábamos hablando sobre lo que es typisch deutsch (típicamente alemán). Que si el pan de centeno o aparcar correctamente en un estacionamiento completamente vacío o las guerras mundiales. Esa charla me recordó una ocasión en que me subí al metro de la ciudad de Dortmund y el conductor dijo por el altavoz: "Señores pasajeros: les informamos que este tren no hará parada en la estación de Westfallenhallen debido a trabajos de desactivación de una bomba de la segunda guerra mundial".
Typisch deutsch - pensé.
Tal vez ya haya mencionado en alguna ocasión la importancia del pan para la cultura alemana. He escuchado a muchos alemanes admitiendo que de las pocas cosas que echarían de menos en caso de vivir en el extranjero, es el pan. Sí, el pan. Así, por ejemplo, a una amiga alemana que vive en México, no le bastan los cientos de variedades de pan que se producen en las panaderías regionales de aquél país.
Debo reconocer que las panaderías alemanas ofrecen algunos productos sanos, nutritivos y en algunas ocasiones, hasta sabrosos.
Los hay de centeno, con semillas de girasol y otros... (la verdad no me pregunten detalles porque de plantas, semillas y flores no tengo la más remota idea. De hecho una vez me preguntaron que de dónde venía el cilantro. Yo respondí que era una planta que se da en las taquerías de la ciudad de México).
Cuando recién llegué a este país, yo veía a los alemanes comiendo sus panes nutritivos, primero con interés, luego con curiosidad, después hastío (porque me daba la impresión de que eso era lo único que comían a medio día) y ahora, ahora los entiendo.
El pan alemán es realmente muy sano y nutritivo, no tiene que ser rico, sólo es funcional. Una vez me visitó mi hermana de México. Cuando me vió haciéndome un sandwich (emparedado), me regañó porque sólo era un pan, una rebanada de jamón y otro pan. Me dijo: "come bien Josué. ¿No le vas a poner mayonesa, aguacate, queso, tomates y chile?". Es que no se usan los ingredientes exóticos por acá. Y es que cuando uno se hace un pan o es de jamón o es de queso, pero no de las dos cosas juntas. ¡Umgotesvilen!
Pero bueno, la verdad es que si yo tuviera que abandonar el país, de las pocas cosas que echaría de menos (aparte de los restaurantes de comida tamil, tailandesa, vietnamí, entre otros) serían los "Zwiebelbrötchen". Son los panecillos más deliciosos que he probado en mi vida.
Las razones por las cuáles decidí aplicar para la ciudadanía alemana varían desde lo cotidiano hasta lo intelectual, pasando por lo inverosímil. La verdad es que la razón principal por la cual decidí hacer el trámite fueron los casi 150 EUR que me costó una visa para ir 5 días a Canadá. Cabe mencionar que, no hace mucho tiempo, dicho país decidió cerrar sus fronteras para los mexicanos y exigir el trámite de la visa. Y justamente acabo de leer que esto ya no será necesario en el futuro próximo. Pero cuando yo quise ir, sí necesitaba visa. Además, la visa para ir a los Estados Unidos de Norteamérica (USA por sus siglas en inglés) cuesta alrededor de los 100 EUR, sin mencionar que hay que ir a Frankfurt (otros 100 EUR de viaje desde donde yo vivo).
Por todo esto y otras razones más románticas como el rollo filosófico de la integración, apliqué para la ciudadanía alemana.
Mi idea era evitar trámites costosos y molestos al viajar a México pasando por Estados Unidos y Canadá. De hecho, la gota que derramó el vaso, fue una ocasión en que un agente de viajes, al estar reservando un vuelo DIRECTO a México, me preguntó si tenía visa para los Estados Unidos. Le dije que no y que precisamente por eso estaba reservando un vuelo DIRECTO a México sin pasar por aquél país Norteamericano. Me explicó que al gobierno gringo (lo digo con cariño) le bastaba que sobrevolaran su territorio para exigirle visa a los pasajeros de la aeronave, porque no vaya a ser que el avión tenga un defecto y necesite aterrizar de emergencia en su territorio.
Antes de que me diera un dolor de cabeza, compré el boleto bajo mi propio riesgo.
Pero salí decidido a obtener el pasaporte alemán. Al siguiente día me informé sobre los requisitos para el trámite. La historia es larga. El resúmen es que tuve que hacer un exámen de alemán de nivel intermedio, que aprobé con ojos y boca cerrada porque lo pude haber hecho 5 años atrás y tabmién aprobarlo sin problemas; un exámen de cultura alemana, que ni mis amigos alemanes hubieran aprobado (por cierto, me impresionó que hubiera preguntas tendenciosas anti-socialismo) y una serie de traducciones notariadas de mis documentos personales. Lo duro no fue la traducción sin los billetes que tuve que soltar por un par de sellos.
Mi certificado del curso de integración se perdió en la oficina de correos y tuvieron que emitirlo nuevamente. El trámite del pasaporte se demoró 4 semanas.
Llené la solicitud en la que me pidieron detalles de todos los ámbitos de mi vida. Para entregar los documentos tuve que hacer una cita, para lo que tuve que pedir medio día de vacaciones en mi trabajo. El tipo que me los recibió no iba a decir nada si no le preguntaba cuánto tiempo tomaría el trámite aproximadamente.
"De un año a año y medio" - dijo. Ya qué más importaban las 4 semanas que mi certificado se habia retrasado.
Después de un año se me ocurrió llamar al ayuntamiento para preguntar cómo iba mi trámite. Me dijeron que no sabían y que se comunicarían conmigo. Después de una semana me informaron que mi trámite estaba parado, congelado, detenido. Al preguntarles ¿porqué?, no supieron contestarme y me pidieron que les diera tiempo para investigar. Dos días después me llamaron para decir que la razón era que no había pagado para INICIAR el trámite. Pedí más detalles y me hiceron esperar dos días más. Me volvieron a contactar para decirme que habían cometido un error y habían enviado la forma de pago a una dirección equivocada. Por un momento pensé que estaba aplicando para la ciudadanía mexicana.
Me llegó la forma de pago una semana después. Pagué otros cientos de euros y entonces sí me senté a esperar el año-año y medio que me había dicho un año antes.
Un día me citaron para darme la ciudadanía alemana. Literalmente, en una oficina un jueves a las 3 de la tarde, me dieron la ciudadanía. Era un papel en el que se leía "Ciudadanía alemana". Le pregunté a la empleada ¿qué sucedería si perdiera el papel?. "Pues básicamente ya no hay forma de comprobar que eres ciudadano alemán" - respondió. En verdad ese papel era la ciudadanía. Salí de la oficina con la ciudadanía alemana bajo el brazo.
Pensé que el acto había sido muy simple y sin parafernalias. A los pocos meses me llegó una invitación a una celebración en la que estaríamos presentes todas las personas que habían recibido la nacionalidad alemana durante el año pasado.
Hoy fue esa celebración. A decir verdad, no esperaba mucho del evento. Y tenía razón. No fue mucho. La acústica del lugar era muy mala y no se entendía lo que el moderador decía ni la música, tan arbitraria como los discursos de la alcaldesa de la ciudad, que interpretaban una dama y un caballero alemanes. Los músicos eran buenos, pero interpretaron pobremente canciones en inglés, éxitos de ayer y hoy, que a nadie interesaron. Estoy seguro que absolutamente nadie conoce a John Denver ni en Siria, ni Marruecos ni mucho menos en Gabón. Los que disfrutaron más de la parca música fueron los alemanes presentes. No porque éstos también sean parcos, que algunos de ellos si lo eran, sino porque al menos conocían algunas de las melodías (ya ni se digan los autores de las canciones). De la comida mejor ni hablo. No se me antojó nada.
Decidieron dar un presente al "nuevo alemán" más viejo y al más joven. Cuando llamaron al más viejo, nadie contestó. Yo asumí que estaría en el hospital. Terminaron por darle el premio a una señor de 50 años. Era un pase gratis por un año para un parque con un valor de 30 EUR. Al más joven le dieron un pase gratis por un año para el zoológico de la ciudad, que sólo se puede visitar 3 meses al año porque el resto del tiempo está lloviendo o hace tanto frío que guardan a los animales o los transportan a otros zoológicos.
En algún momento el moderador inició un juego preguntando a la gente: Si La Patria fuera una comida, ¿qué comida sería para tí?. Yo me imaginé tres tacos de pastor con cilantro, cebolla y limón, una orden de aguacate y un agua de horchata.
Luego le preguntaron a la alcaldesa: "Para usted, ¿qué es La Patria?".
Alcaldesa: "Para mí, la patria no es un lugar físico. Son los amigos y familia. Ellos son la verdadera patria".
Moderador: "¿O sea que usted podría irse a cualquier lugar y sentirse como en casa mientras esté con sus amigos y familia?"
Alcaldesa: "Bueno, no, porque yo nací en esta ciudad y no podría irme de esta ciudad".
Yo me reí, pero creo que, o nadie entendió lo absurdo de su contradicción o nadie escuchó por la mala acústica del lugar.
La velada, que sólo duró 45 minutos, transcurrió sin pena ni gloria. Si acaso, pena, sí. Abrieron el bufete y después de un rato la gente se empezó a retirar. Los músicos seguían interpretando su música para adultos contemporáneos occidentales. Yo fui a la barra de bebidas y pedí un "Apfelschorle", una bebida típica alemana: mezcla de jugo de manzana (55-60%) con agua mineral.
En ese momento me di cuenta de que efectivamente me había alemanizado. El asunto de la ciudadanía iba en serio. Te das cuenta de que te has alemanizado cuando sabes diferenciar entre un buen Apfelschorle y uno hecho por un somalí, improvisado. De hecho le pedí tres (otros dos para mis amigos que me acompañaban) y los tres los hizo con mezclas diferentes. El mío tenía por lo menos 80% de jugo, los otros 30% y 50% respectivamente (aproximadamente).
El evento se acabó, supuse, porque ya se habían ido todos, menos yo y mis amigos. "Llévense lo que quieran, si no se va a tirar a la basura" - dijo un delegado de la ciudad, que por cierto me saludó muy alegre cuando llegué, seguramente le daba gusto recibir a nuevos contribuyentes que pagarán su sueldo. Se refería a los alimentos pero yo vi a unos tipos que estaban sacando un refrigerador con un carrito de carga de esos que usan en los mercados sobre ruedas. El cínico nos estaba diciendo que iban a tirar a la basura alimentos que habían comprado con nuestros impuestos.
Estuve a punto de ir a preguntarle a la alcaldesa si ella quería tomarse una fotografía conmigo. Pero me pareció un poco fuera de lugar, más no arrogante (ja ja ja).
Todo pareció una mala película o comedia.
En fin... lo único que yo quería era ir a Canadá.
Ya estoy harto. Escribo esta historia en parte como terapia, pero también para denunciar a las fuerzas del destino. Sin embargo, creo que pago por mi sarcasmo e ironía, mi penitencia.
Hay un cabrón, que es mi jefe, al que no soporto. A veces me siento en una historia de Edgar A. Poe. Es como aquél gato negro que vuelve loco al personaje de la historia. Sin embargo, este tipo no es ni estridente, ni molesto; tampoco irrespetuoso ni entrometido. Por el contrario es muy amable, bastante amable. Es de ese tipo de personas que inciden lenta pero constantemente hasta que se abre una herida mortal.
Permítanme ilustrar la situación.
Todo comenzó el día de la entrevista de trabajo. Yo portaba mi mejor traje y mi mejor sonrisa. Llegué incluso temprano, por lo que me tomé la libertad de hacer una visita al sanitario. Oriné y me lavé las manos.
Luego salí al encuentro de personaje mencionado y me dirigió a una sala de conferencias donde tuvimos la entrevista. Todo muy ameno, excepto la acústica del recinto, que podría mejorarse bastante. Luego, mi futuro jefe, se disculpó un momento para traer a un segundo personaje-engendro-ingeniero que parecía salido de un sótano oscuro y sin ventilación y que, ahora sé, emite sonidos como un cerdo cuando come frente a su computadora mientras continúa programando; mi futuro compañero de oficina. En los 3 minutos que me quedé sólo, me di cuenta que tenía el cierre del pantalón abierto. Desde entonces no paro de escuchar en mi cabeza la pregunta: "¿Habrá visto el jefe que tenía el cierre del pantalón abierto?". Todos los días me lo pregunto.
Una semana después, al terminar la segunda entrevista con el director de la compañía (un tipo completamente repugnante pero que no odio como a mi jefe), me preguntaron si tenía alguna duda o pregunta. Dudé un momento y no me atreví a preguntar si podía trabajar sólo medio tiempo.
Me contrataron y me presenté a trabajar.
En este punto de la historia debo mencionar que en mi empleo anterior nunca recibí atención de mi jefe. A tal grado que en mi primer día de trabajo no informó a nadie que me habían contratado y sólo me dijo "Hola". La charla más larga que tuve con él fue cuando renuncié.
Así, mi ahora jefe, venía a preguntarme cada 5 minutos si todo estaba bien.
Jefe: "¿Todo bien Josué?"
Yo: "Sí, gracias"
5 minutos después:
Jefe: "Hey Josué, ¿todo bien?"
Yo: "Mmhh... sí, aún todo bien"
Después sus visitas a mi oficina comenzaron a tornarse bizarras. El entraba a la oficina y se quedaba parado mirando por la ventana al horizonte, sin decir nada. Se quedaba esperando a que le dieran la palabra. En la mayoría de los casos, quería hablar con mi compañero de oficina, que lo hacía esperar hasta 1 o 2 minutos antes de prestarle atención.
Una vez, el compañero llegó molesto a la oficina, se puso sus audífonos y escuchaba Heavy Metal. Realmente a mí me daba lo mismo porque de cualquier modo nunca hablamos. El jefe entró a la oficina y como de costumbre se plantó esperando a que le dieran la palabra. Yo ya no hacía nada por ponerle atención. El jefe esperó unos 2-3 minutos y luego en voz muy baja y en tono temeroso dijo:
"Mhhh... ¿Mario?" - *nombre cambiado para guardar el anonimato del engendro programador.
Pero el nerd no respondía. Guitarras distorsionadas y teclazos se escuchaban y nada más.
"Mario...mmhh creo que no estas disponible ¿verdad?" - agregó el jefe después de esperar otro minuto. Acto seguido, dijo: "Si quieres regreso más tarde" y se fue.
A mi ya no me sorprendía nada. Pero yo en su caso le hubiera tomado de los pelos y azotado la cara contra el teclado. Cuando el nerd se hubiese repuesto del shock, quitado los audífonos y conteniendo la sangre de la nariz hubiera preguntado: "¿Pero que sucede? Dígame jefe". A lo que hubiera respondido:
"Mmmhh lo siento, ya se me olvidó" y me hubiera ido.
La primera "agresión" del jefe contra mi fue un día que un programa que yo escribí, arrojó un error mientras el jefe y yo observábamos la aplicación correr.
"Una pregunta Josué, ¿es intencional que el programa arroje ese error y se vuelva inestable?" - dijo el jefe.
Yo no dije nada. Pensé que mi silencio obviaba mis intenciones de querer exterminarlo.
La segunda que vez que hizo una pregunta del mismo tipo, contesté:
"Sí, es una funcionaliad que he implementado recientemente". Yo creí que siendo el jefe tan inteligente podría detectar el sarcasmo. Pero su respuesta fue:
"Ya veo. Pero sería bueno que no sucediera, ¿crees que puedas cambiarlo?".
"Creo que sí" - respondí.
Otra ocasión dejé sobre su mesa 3 sensores y le escribí un correo electrónico indicando:
"...los 2 sensores que están sobre tu mesa, fueron calibrados hoy por la mañana..."
15 minutos más tarde el jefe entró a mi oficina con una hoja de papel, un documento. Se dirigió a mi diciendo:
"Josué, aquí tengo tu correo electrónico. Quería aclarar si son 2 ó 3 sensores los que dejaste sobre mi mesa". El número "2" estaba subrayado en mi correo electrónico con marcador verde fluorescente.
Perdí los estribos y le dije:
"Naturalmente se trata de 3 sensores, dejé 3 objetos sobre tu mesa. Creo que es más que obvio que me equivoqué al escribir 2. No creo que sea tan grave".
Se molestó un poco y subrayó la importancia de ser precisos con la información que manejamos.
Pasó el tiempo.
Un día se les ocurrió a los colegas de mi departamento que querían socializar y organizaron un "Barbeque" o día de campo. El plan era "asar unas salchichas y comérselas con pan y tomar unas cervezas". El organizador fue preguntando a cada persona cuántas salchichas se comería y cuántas cervezas se tomaría. No le gustó para nada mi respuesta: "No sé, unas dos o tres, ya veremos". El quería saber exactamente cuántas me comería.
El día del evento llegó. Me parecía un experimento indeseable pero interesante, así que decidí ir. En el camino, un policía me detuvo por andar en bicicleta sobre la acera y me multó con 15 Euros. Me molesté muchísimo. Al llegar al parque, donde no había nadie más que mis colegas y una pareja a lo lejos tomando el sol, esperaban los colegas ya con alimento y bebida en mano y sin hablar. Les conté la anécdota y agregué que los policías son las personas más cerradas, mamonas y rígidas que hay, que carecían de sentido común y además cobardes porque se atrevían a castigar a un ciclista pero no a un neo-nazi, y que por el contrario hasta los protegen en las marchas.
El jefe me miraba con ojos redondos y un poco apenado dijo: "Bueno, mmhh...no sé, a veces es necesario controlar a los ciclistas, pueden ocasionar un accidente". Y entonces confesó que su padre es policía, ahora jubilado. Comenzaba a entender la rigidez de su personalidad.
Luego, cuando todos habían ya comido, el organizador me dijo que aún quedaba una salchicha y que era mía, que me la debía comer porque yo había dicho que me comería DOS salchichas. No me la comí.
En el trabajo, cuando el jefe se acerca a hacernos observaciones que tal vez podrían incomodarnos, carraspea la garganta, antes y después de entrar a la oficina, demostrando inseguridad. A veces carraspea en su oficina, sólo.
En ocasiones en que el jefe ha estado presente mientras yo bromeo sobre alguna situación de forma sarcástica, vuelve a carraspear y se incomoda y agrega que "no es políticamente correcto y que no es del todo exacto mi comentario". Si alguien dice una expresión como "Me muero de hambre", el jefe contesta:
"¡Oh! eso no es bueno. ¿Tienes seguro de vida? Si pierdes la vida en las instalaciones de la empresa, se iniciaría una batalla legal".
Un par de veces me ha pedido que haga tareas para él. Siempre dice: "no me urge, házlo cuando tengas tiempo". La primera vez me tomé mi tiempo. Tres horas después me preguntó si ya lo había terminado y le contesté que pensaba que no era urgente. La siguiente vez que me pidió algo y dijo lo mismo, lo hice en seguida.
Evito cualquier tipo de contacto con él; visual, verbal. Una vez, él estaba en una reunión en el otro edificio de la empresa, que está a dos calles. Ese día decidí salirme un poco temprano porque no tenía nada que hacer. Estuve vacilando sobre qué ruta tomar para no encontrarmelo en la calle en caso de que ya hubiese terminado la reunión. Tomé una ruta alternativa y me lo encontré de frente. "Que tengas buena tarde" - me dijo sonriente. Lo quería ahorcar.
Otra vez fui a tomar café a la cocina de la oficina después de hablar con él sobre un asunto. Necesitaba un pausa de él. 30 segundos después entró a la cocina saludando.
Otro día me estaba lavando las manos después de orinar y lo maldecía en voz baja. En ese momento entró por la puerta del baño y me saludó.
En otra ocasión yo hablaba con un chico de la línea de producción en mi oficina. El jefe entró sin saludar y se paró como de costumbre esperando a que le diera la palabra. No lo hice. Seguí mi conversación y el jefe dijo: "Creo que regresaré más tarde, no quiero molestar" - pero en un tono que para mí significó "No quiero ser partícipe de una charla entre idiotas".
No es que no sea idiota yo, sino que no le permito afirmarlo.
Una vez me volví a salir un poco temprano del trabajo y quería pasar a orinar. Pasé por la oficina del jefe y estaba vacía. Pensé que una posibilidad es que estuviera en el baño. Fui y abrí la puerta sigilosamente. Efectivamente, ahí estaba orinando. Cerré la puerta y me fui corriendo.
El director de la compañía, como dije, es repugnante y arrogante. También me lo he encontrado en la calle mientras doy un paseo después de mi hora de comida. A veces me lo encuentro en una pizzería que hay en el edificio. Me escondo. He llegado a entrar a la pizzería y al verlo, si no me ha visto, me salgo, y si me ve, lo saludo, compro un chocolate para disimular y me voy a comer a otro lado.
Finalmente, ayer tuve una charla con mi jefe. Me dijo que me habían autorizado trabajar medio tiempo y lo adulé. Le dije que apreciaba mucho el hecho de que hubiera aceptado mi petición de trabajar media jornada. Mis palabras fueron sinceras.
Ahora no sé cuál es la razón principal por la que pedí trabajar menos horas. Al principio era mi interés por hacer más música, luego porque el trabajo no era muy interesante, pero creo que la verdad es que ya no quiero encontrármelo hasta en la sopa ni que me moleste con sus comentarios hiper-amables. Al final, todo lo que quiero es que me deje orinar en paz.
Recién regresé a Alemania de un viaje a México.
Desde que abordé el avión en París rumbo a Düsseldorf me sentí ya de regreso. Gente seria leyendo diarios serios, respondiendo correos electrónicos o revisando su agenda en sus computadoras portátiles, etc. A la salida del aeropuerto miré gente (visitantes) tratando de comprar un boleto para el tren en unas máquinas que tienen el sistema más complicado del mundo de tarifas. "Que dios o alguien los bendiga y los ilumine para realizar semejante tarea".
En el andén alcancé a escuchar a una persona que llamó a alguien por teléfono para avisarle "que llegara 4 ó 5 minutos tarde" porque el tren tiene retraso y "que se tome su tiempo", o sea, 4 ó 5 minutos máximo.
Ya en casa, me topé con un artículo que, porfavor concédaseme esta aseveración, sólo podía haber encontrado en Alemania: "Cuánta irracionalidad necesita/soporta el hombre?".
En él se describe la investigación de profesores y más profesores que intentan definir cuánta irracionalidad se puede permitir el hombre antes de caer en lo tonto.
Me vinieron a la mente vagos recuerdos de mis vacaciones en México; como aquella ocasión en que fui al correo y estaba cerrado, mostrando un letrero que marcaba la hora de regreso del encargado: 15:30h. Cuando volví a las 15:39h, el reloj ya marcaba las 07:00h del dia siguiente.
O aquella otra situación en la que en un restaurante ordené una "Sopa de pollo" y al pregutnarle a la mesera si la sopa contenía "pollo" me dijo que no, que si quería una sopa con pollo, ordenara la "Sopa Especial".
O qué decir de cuando durante el desayuno en una lonchería al pedir un "Joghurt con granola" me lo trajeron sin granola "porque a la mayoría de los clientes no les gustaba con granola".
Sería todo aquello lo suficientemente irracional como para ser tonto?
El artículo cerraba con la declaratoria: "es bueno que haya irracionalidad en la vida, sino sería aburrida y robotizada".
Este texto lo escribo después de haber regresado de una caminata en el parque donde leí 19 letreros con leyendas prohibitivas, entre el que destacaba:
"Prohibido acercarse a la cerca. Mantenga una distancia mínima de 1.1 m".
0.1 m son 10 cm! A mi me parece un letrero tonto. Demasiada racionalidad es tonta.
Hace poco leí un artículo sobre 10 cosas típicas de los alemanes, de las cuales coincidí con 8. Sin embargo, agregaría por lo menos otras 10. No todos, pero sí mucha gente, conoce la historia del país germano. Tiene un pasado duro y no ha sido fácil dejar atrás el fantasma de no una, sino dos guerras "mundiales" (cuando el mundo era Europa y Estados Unidos mmhhh... cualquier parecido con la actualidad es mera coincidencia).
Dos cosas típicas de la Alemania son las bombas y los pasteles. En menos de una década que llevo en este país, me ha tocado vivir de cerca por lo menos 5 evacuaciones por alerta de bomba. Y no es cuestión de terrorismo. Es cosa común encontrar una bomba de la época de la segunda guerra mundial enterrada en el jardín o un terreno deshabitado, durante excavaciones para realizar una construcción.
Me imagino las charlas que se llevan a cabo en diferentes hogares de la ciudad.
Rudi: "Lothar, ¿qué haces el fin de semana? ¿vamos a correr un rato?"
Lothar: "Mmmhh pero a partir de las 4, porque a medio día voy a desactivar una bomba de la segunda guerra mundial"
O en la oficina:
"¡Buenos días muchachos! feliz día de desactivación de bomba de la segunda guerra mundial"
Los pasteles. Sí, los pasteles son otra cosa típica de este lugar. Bueno, en realidad no los pasteles en sí, porque en todo el mundo se han de consumir pasteles. Es más el hecho de hornear el pastel lo que es típico. Es muy común llegar a la oficina o lugar de trabajo o simplemente al visitar algún conocido o familiar, y encontrarse con un pastel horneado por la persona misma que lo ofrece, sea el jefe, el empleado, el comandante de la Luftwaffe o quien sea.
Las charlas anteriores se podrían complementar de la siguiente manera:
Rudi: "Lothar, ¿qué haces el fin de semana? ¿vamos a correr un rato?"
Lothar: "Mmmhh pero a partir de las 4, porque por la mañana voy a hornear un pastel y a medio día voy a desactivar una bomba de la segunda guerra mundial"
O en la oficina:
El jefe: "¡Buenos días muchachos! feliz día de desactivación de bomba de la segunda guerra mundial. Traje un pastel que horneé ayer, sírvanse."
Hace tiempo comenté ya, o mejor dicho, reporté ya la necedad del ciudadano alemán promedio. No los culpo ni los acuso yo, sino todo el mundo jejeje. De algún modo es algo simpático.
Por ejemplo recuerdo aquella empleada de la Deutsche Bahn (ferrocarriles alemanes) que se negó a contestarme cuando le pregunté si mi amiga que tenía que abordar el tren podía tomar el siguiente con el mismo boleto. Me miró con esa cara típica del Tercer Reich y verraqueó: "El tren está a punto de partir. ¡Aborde el tren, ahora!".
Yo: "Pero no me ha contestado mi pregunta... ¿puede mi amig...". Me interrumpió la bestia con su gruñido subido de tono repitiendo la misma cosa. Ante tal situación no le quedó más remedio a mi amiga que abordar el tren y a mi conformarme con haberla saludado 30 segundos. Y todo por la mal programada inteligencia artificial de la empleada. Está bien, me rendí pero no sin antes gritarle en su cara a la necia (en su idioma obviamente para que no hubiera malos entendidos):
"¡¡¡Usted es una estúpida máquina!!!". No me dijo nada y ni se inmutó. Yo creo que para ese mensaje no le programaron en su base de datos respuesta alguna.
O qué décir de aquella otra amiga a la que le cobraron una multa por viajar en tren con un boleto incorrecto, aunque más caro que el que debió comprar. La empleada también le replicó en repetidas ocasiones:
"No me importa si su boleto es más caro, no es el indicado para este trayecto. Tiene que pagar multa."
La amiga se defendía: "Pero es que... mire, le explico... tenga sentido común...".
Nada. Imposible usar la razón con esas máquinas.
Pero he de decir, casi con agrado, que recientemente en México me sucedió algo similar.
Bajé del tren que conecta el D.F. con el Estado de México y que es administrado por una empresa española (a pesar de las reiteradas ofertas de consorcios mexicanos por construir ese trayecto ferroviario). Yo venía del aeropuerto con una maleta de 22 kg y no pretendía subir las escaleras con tal bulto. Me dirigí al ascensor a pesar de la leyenda que se leía en la parte superior de la puerta: "Uso exclusivo para señores de la tercera edad y discapacitados".
No me considero ni anciano ni discapacitado pero si me parece razonable usar el ascensor para subir una maleta de 22 kg.
Súbitamente se apareció un vigilante para impedirme el paso.
"Señor, el ascensor es de uso exclusivo para ancianos y discapacitados. Use las escaleras".
Yo: "Pero, es que traigo una male...."
Vigilante: "No me interesa señor, no puede usar el ascensor"
Yo: "Pero..."
Vigilante: "No"
Yo: "¿No le parece ridículo? La estación está completamente vacía, soy la única persona que se encuentra en el andén"
Vigilante: "No me importa si es ridículo o no"
Antes de empezar a enojarme y argumentarle, en mi idioma, me reí y me acordé de todas aquellas veces que me hicieron lo mismo en el país teutón. Sólo pensé: "Qué alivio saber que también hay idiotas necios en mi país". Pero seguramente lo harán por proteger su empleo, el germano lo hace por placer de ejercer su voluntad.
El colmo de todo esto es que otro día, cuando el tren iba lleno de gente, entre otros, muchas señoras con bultos enormes que venían de hacer sus compras en la ciudad (mercado, ropa, juguetes, veladoras...). Apenas se abrieron las puertas del tren, salieron las señoras corriendo hacia el ascensor. El mismo vigilante también se acercó e intentó bloquearles el paso pero las señoras arrasaron y lo ignoraron. No le quedó más remedio al tipo que hacerse a un lado y resignarse.
Yo observé la escena desde las escaleras, sonreí y me di la vuelta. El que la hace, la paga.
Tal vez en Alemania hubiera venido un comando a sacar a las señoras del ascensor para enviarlas a campos de trabajos forzados. ¿Quién sabe? Tal vez no...