el josué

Wednesday, December 02, 2015

el chacal

Hay lugares, personajes, oficios, ideas, etc. que no dependen ni de la geografía ni del idioma. Por ejemplo, un taxista es un taxista en cualquier parte del mundo y conducen de la misma forma en la ciudad de México que en Londres o Berlín.
En México existen las llamadas "tienditas de la esquina", que son tiendas, misceláneas o establecimientos pequeños, a menudo improvisados en garajes o patios de casas-habitación, en los que se pueden realizar las compras de último minuto: 1 litro de leche para el desayuno de los niños, azúcar, cigarros, cerveza, una monografía de los niños héroes. (Desagraciadamente éstos negocios familiares se han ido extinguiendo como producto de la aparición de franquicias como OXXO).

En Alemania las tienditas de la esquina se llaman "Kiosk". Y aquí, como en México, se auto-gobiernan y auto-determinan, es decir, además de vender los productos "obligados" como licores, bebidas refrescantes y productos de la canasta básica, ofrecen otros productos fuera de esa línea. Por ejemplo, en un kiosko que conozco ofrecen de todo, cigarros sueltos, ofrecen servicio de transporte para llevar a casa ese sofá-cama que te regalaron o para mudarte de casa, en el patio trasero organizan fiestas hip-hoperas.

En donde yo vivo hay una especie de culto por los Kiosks. Y es importante tener buena relación con el dueño del Kiosk, después de todo es el tipo que puede salvar tu fiesta cuando se ha acabado la cerveza a media noche, o cuando te has quedado sin leche para tu cereal.
Yo viví en un apartamento exactamente arriba de un Kiosk y el dueño, un turco, me trataba muy bien. Le gustaba la idea de conocer a un mexicano. Años después, me lo encontré en la calle y me saludó.
El dueño de otro Kiosk que conozco es un griego-serbio-libanés (según mi apreciación) que habla muy mal alemán y que no sabe distinguir entres cigarros Gauloises rojos y azules, pero conduce un BMW i6.

Después me mudé de casa y a la vuelta de la esquina había dos Kiosk, de la misma dueña. Luego uno cerró. La propietaria, aunque tenía una dentadura destrozada por humo de tabaco, era amable.
Un día fui a comprar cerveza. Yo iba con una amiga alemana y un amigo mexicano, que esperó afuera. De pronto entró un tipo de mala cara y voz ronca. Al parecer era el nuevo dueño del Kiosko.
Comenzó a hablar y en seguida me preguntó: "¿entiendes alemán?". Me molesté y le contesté que si y le pregunté que si acaso lo dudaba por el color de mi cabello.
"Tranquilo, tranquilo. No es eso, sino que allá afuera hay un tipo que me habló en inglés y pensé que tú tampoco hablabas alemán".
Entendí la situación y lamenté haber reaccionado así, le ofrecí una disculpa.
"Está bien, no pasa nada" - contestó. Pero yo sabía que no era así. Nuestra relación había empezado mal y no iba a mejorar, lo supe en ese momento.
Es de esos tipos a los que nada les parece o si algo les gusta lo expresan con enojo. Si uno se queja delante de él por la lluvia, contesta: "¡Hey, deberías estar agradecido que estás vivo y no hay guerra en este país por lo menos!".
Si le dices: "¡Qué buen día hace hoy, que lindo!", contesta: "Eh, ¿qué tiene de lindo? Mira que clima tan horrible".

Un día fui a comprar cerveza sin alcohol, por la simple y sencilla razón de que me gusta la cerveza sin alcohol.
"LLevaré tres cervezas sin alcohol" - le dije.
Me contestó con su voz ronca: "¿Sin alcohol? toma algo más para hombrecitos, ¿que es eso?".
Le tuve que contestar con una risa nerviosa. Lo hice porque aún seguía lamentando mi reacción aquél día de nuestro primer encuentro.

Otra ocasión fui a comprar vino.
"¿Tienes vino tinto?" - pregunté.
"Si, mira aquí tengo uno muy bueno, es italiano, cuesta 8 EUR la botella" - me contestó.
Cuando le pregunté si no tenía uno más barato, como para estudiantes, se molestó y me dijo: "Por mí te lo dejo a 2 EUR si no estás dispuesto a pagar 8 EUR por un buen vino. Ah que la gente en Alemania que quieren lo mejor pero no quieren pagar por ello". Le expliqué que el vino era para borrachos, en una fiesta y no para cenar. No me quiso escuchar. Me fui.

Otra vez fui a comprar una caja de cerveza para una fiesta. Me dijo que tenía la caja de cerveza Brinkhoffs de lata en descuento y que como ya me conocía, no me cobraría el importe de las latas ni la caja de plástico.
Le insistí en que me lo cobrara porque no sabía si se iba a terminar la cerveza en la fiesta. El insistió en querer ser amable y hacerme un favor.No lo quería contradecir.
Pasaron 6 meses y yo seguía sin devolver las latas ni la caja de plástico. Unos días antes de Navidad pasé al Kiosk y le dije al tipo:
"Hola, vengo a pagarte lo de las latas y la caja de plástico porque, como te dije desde el principio, no se acabó la cerveza".
"Si, qué bueno que vienes. No quería decirte nada pero si te voy a aceptar el dinero porque me va a faltar para el cierre del año".
Hizo la cuenta y me dijo: "Son 4.65 EUR".
Yo pensé: "¿Tanto drama por 4.65 EUR?". Si me los hubiera cobrado desde el principio no habría vivido con la angustia de la deuda durante esos 6 meses.
Dos años después, aún tengo tres latas de esa cerveza.
Lo bauticé como El Chacal, por malencarado y chacal.

Otro día pasé a comprar patatas fritas cubiertas con colorantes artificiales a base de plásticos inflamables y tóxicos. Esa ocasión me dijo: "¿Y tu amigo de México, dónde está? El sí que era buena gente". No me quedó más remedio que agregar: "¿No como yo verdad?".
"No, yo no dije eso. Sólo salúdalo de mi parte cuando hables con él" - respondió.
Cuando salí del Kiosk sabía que nuestra relación vecino-Kioskero había sido perturbada para siempre y no tenía remedio.

La situación llegó a tal extremo que cuando regresaba a casa, tomaba otro camino más largo para no pasar por la calle del Kiosk y tener que verlo o peor aún, saludarlo. Lo comencé a odiar.

Un día que me enojé con el mundo, estaba decidido a pasar frente al Kiosk y mirar al Chacal a los ojos fijamente sin desviar la mirada y si era necesario, saludarlo.
Pasé y no estaba. Al cargo estaba una de las mujeres que forman parte de su flota. No se si sean mujeres que trabajan para él (proxeneta) o sean de su familia, pero parecen salidas de una película gringa de arrancones de autos de los años ochenta.
Hace unos meses que me mudé a otra parte de la ciudad y ya no tengo que ver al Chacal. No lo extraño, pero me acuerdo de él cada vez que veo esas tres latas de cerveza Brinkhoffs en la esquina.