Corría el año de 2005 y me estaba quedando sin ahorros para financiar mi estancia en Alemania. Los motivos, razones y circunstancias se pueden leer en otras historias como
ésta. Yo buscaba desesperadamente una fuente de ingresos y deambulaba por los barrios de la ciudad en busca de alguna oportunidad, una idea, que me permitiera obtener ingresos. Iba en busca del sueño alemán, que nadie me había prometido sino yo mismo, y pensaba que Volkswagen vendría corriendo hacia mí ofreciéndome empleo.
Un día frío de la primavera de 2005, recorriendo las calles de Hombruch, me encontré con la heladería Eiscafé Venezia en una esquina. Un papel escrito a mano mostraba la leyenda: "Busco empleado, estudiante o extranjero que trabaje mucho por poco dinero. Horario flexible". Algo así.
Hay que mencionar que yo tenía tan sólo 6 meses en el país y mi dominio del idioma alemán era menos que básico. No obstante, me armé de valor y entré al lugar preguntando por el empleo. Una señora que parecía Sophia Loren (a sus 89 años de edad) me recibió con un alemán creo que peor que el mío. Nos sentamos en una mesa y me hizo unas preguntas. ¿Qué podía salir mal en la entrevista? Le dije que tenía conocimientos de matemáticas avanzadas para ingeniería, control automático y analógico, sistemas computacionales, procesadores y fundamentos de robótica. Me aceptaron en el trabajo y podía empezar cuanto antes. Creo que fue mi explicación de los cuaterniones lo que la convenció.
En realidad no hablamos mucho, pues éramos como dos cavernícolas de dos tribus diferentes tratando de darse a entender.
Los primeros días fueron emocionantes y aguantaba bien el estrés del empleo. La señora era la esposa del dueño, un italiano que había sufrido un colapso y quedado inhabilitado por varios meses y que se parecía a Don Vito Corleone en sus últimos días.
La señora vivía preocupada por pagar las cuentas y el negocio. Siempre se mortificaba y quería sacar provecho de todos y a todo. Nos pagaba sólo 5 EUR la hora cuando el estándar eran 10 EUR. Las propinas se las quedaba ella y nos pedía que no sirviéramos porciones muy grandes a los clientes.
En una ocasión la señora me preguntó si quería un café. Yo le contesté que no porque no tomaba café, a lo que respondió: "ah que bien, me vas a salir barato".
El estrés comenzó a aumentar y la tensión psicológica también. Había buenos ratos, como cuando llegaba algún cliente conocido y trataba de enseñarme un par de cosas en alemán. Definitivamente el mejor momento era cuando llegaba la hija de la dueña, Tiziana, una mujer de unos 38 años de edad, 1.78 m de altura, con botas hasta las rodillas, falda, pelo castaño oscuro y rizado, lápiz labial y que me recordaba a Melina Kanakaredes. Era una mujer muy atractiva y simpática. Ella estaba a cargo de otro Eiscafé a tan sólo 50 metros de ahí.
Lo mejor era cuando decía que no tomara muy en serio a su madre, pues estaba un poco loca y desquiciada. O al menos eso era lo que yo entendía y con lo que yo estaría de acuerdo.
La situación empezó a tornarse insoportable, pues nosotros los empleados, éramos víctimas de explotación y maltrato psicológico, y los clientes lo notaban, al grado que varios de ellos empezaron a expresarlo y a darme las propinas directamente a mí. La situación escaló y yo comenzaba a guardarme lo que me tocaba o a hacer la suma mental y en un descuido de la señora, a cobrarme "a lo chino" (aunque hoy en día como está la sociedad de sensible, tal vez este término me lleve a la cárcel por discriminación) es decir, a sacar unas monedas o billetes de la caja - que en realidad era un monedero negro de piel y que está estandarizado en todos los restaurantes y cafés.
Llegó un momento en que ya no era descontento solamente, ya buscaba venganza. Empecé a tomar café y aunque yo llegara a casa con agruras y gastritis por tomar café, comencé a golpear a la vieja donde se pudiera. Aprendí lo que es un espresso, un cappuccino, un latte macchiato y a saberlos preparar, conocimiento que a la fecha recuerdo y que me ha servido por todo el mundo.
Otras veces, cuando me mandaba al sótano a sacar más materia prima, chispas de chocolate, galletas, lunetas, etc., yo me comía a puñados lo que pudiera. Me atascaba la boca (el hocico para entonces porque tragaba como animal) de todos esos productos, que a esas horas de la mañana y con esas temperaturas no se me antojaban pero era una válvula de escape.
El clímax de la situación llegó cuando frustrado e impotente, decidí escribir una carta en español y pedirle a alguien que me la tradujera al alemán o al italiano, para que la vieja la entendiera mejor. Cuando una amiga italiano leyó el texto me dijo: "¿esto le quieres decir a esa pobre señora?". La verdad es que al terminar de escribir la carta me sentí mejor y no fue necesario entregársela. Recuerdo que hasta a mis padres les hablé del tema y ellos se preocuparon. 20 años después pienso: ¡qué tipo era yo! un adulto de 24 años quejándose porque una vieja lo trata como basura. Pero en esos momentos era grave, yo necesitaba el dinero, no podía expresarme y era mi única fuente de ingresos para sobrevivir.
Son las situaciones a las que uno se enfrenta cuando no se tiene una beca y has quemado tus carabelas, no hay marcha atrás. Es frustrante no poder comunicar una idea. Y en parte, por eso, empecé a escribir estas líneas, aquí si puedo expresarme.
Varios años después volví a pasar por ahí y vi que el Eiscafé Venezia había cerrado. Me alegré porque el negocio de la vieja habría fracasado, por otro lado sentí tristeza porque una parte de se habría desvanecido.