El otro
día hace 15 años andaba yo de visita en Varsovia, Polonia en vísperas del Día
de Todos los Santos. Aquella era
mi primera ocasión en Europa y no tenía la menor idea de cómo eran las
celebraciones en torno a dicha fecha.
A decir verdad no tenía la menor idea de nada y en algún momento de ese
viaje perdí la noción del tiempo y no me había dado cuenta que estábamos a
finales de octubre hasta que la familia que me acogió en la capital de aquél
país de la Europa Oriental mencionó el tema. Después de cenar la tradicional
“sauerkraut” me preguntaron si quería salir con ellos a visitar el cementerio.
En Polonia, como en muchos otros países de Europa, se acostumbra pasear por los
cementerios en dicha fecha para recordar a las personas fallecidas.
Mientras
tomábamos un té en el comedor, me preguntaron cómo se celebra el día de Todos
los Santos en México. Con voz
jovial e ímpetu me dispuse a contar todas las actividades que se realizan en
México durante el Día de Muertos (que es como mejor se le conoce al día de
Todos los Santos). Les dije que
era una fiesta alegre, con flores, música, comida, y que mucha gente suele ir a
los cementerios y festejar sobre las tumbas de sus muertos, que según la tradición
regresan en ese día para estar entre los vivos. Les relaté cómo se ven en los
periódicos numerosas fotografías de familias enteras comiendo sobre las tumbas
al son que tocan los mariachis.
También les conté sobre los dulces que se hacen con forma de esqueletos y
cráneos humanos, los hay de chocolate, de azúcar, o también como ornamentación
de barro y otros materiales que usan los artesanos mexicanos.
Mis
anfitriones no podían creer lo que yo les estaba diciendo. Yo creo que en ese momento me imaginaron
a mi y a todos los mexicanos realizando sacrificios humanos al más puro estilo
azteca. Por si fuera poco, les expliqué que en esas fechas también se hacían
poemas relatando con ironía y picardía la muerte de personajes famosos como
políticos y artistas pero que también se acostumbraba hacer entre amigos,
conocidos o compañeros de trabajo.
Les dije que era una especie de homenaje el relatar de forma burlona y
pícara la muerte ficticia de nuestros conocidos.
Recuerdo
ver caras estupefactas y uno que otro desviaba la mirada, carraspeando. Yo pensé que no me habían entendido
porque no hablaban muy bien el inglés.
Después
cuando hubimos salido del cementerio lo entendí todo. La gente caminaba entre
las tumbas alumbradas lugrubemente con velas. Nadie hablaba, había literalmente
un silencio sepulcral. Yo moría de
pena por haberles contado todo lo que se acostumbra hacer en México. Me sentí
como un pagano bárbaro.
Luego
cuando volvimos a casa, alguien se me acercó a decirme:
“Josué,
¿es verdad todo lo que contaste?” y yo: “si, claro”.
“Está
bien, ahora que lo he digerido puedo hablar contigo sobre esto. Cuando
mencionaste que escriben a modo de broma
sobre la muerte de los amigos no lo podía creer. Pero… cuéntame más.
Ahora me parece interesante”.
Después
de dos copas de vino el ambiente estaba mejor y les conté sobre las
representaciones que se hacen de la muerte como una mujer elegante, la famosa
Catrina.
No es
que la muerte sea divertida un asunto divertido en México, no lo es en
absoluto. Es sólo el enfoque lo que cambia.
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