Lo que
estoy a punto de relatar no es una broma ni una historia producto de mi
imaginación. Diría que esto
le sucedió al amigo de un amigo, pero no, yo lo viví en persona. Es una historia real y sucedió
hace un año precisamente en vísperas del Festival de Día de Muertos que
organizamos en Dortmund.
Era el
segundo día de dicho Festival y yo llegué temprano al recinto donde se habría
de llevar a cabo el evento. Frente a la puerta estaba parada una pareja de
alemanes con mirada hosca y escéptica.
Me
acerqué a preguntarles si podía ayudarles en algo y me dijeron que esperaban a
una señora que los había citado para ofrecerles una visita guiada por el
recinto. Dicha señora se dedica a
dar discursos en funerales y la pareja con la que yo estaba hablando eran (o son)
dueños de una agencia funeraria.
“Tiene sentido su presencia” – pensé de forma muy natural.
La
persona que los había citado no había llegado aún por lo que les ofrecí pasar
conmigo y ver el recinto, el altar de ofrendas, las exposiciones fotográfica y de
pintura y para darles una pequeña explicación sobre nuestro festival y el
motivo de la fiesta.
De la
pareja, el señor se mostraba dispuesto pero la señora fruncía cada vez más el
ceño (y tal vez alguna otra parte de su cuerpo) y solamente daba negativas a
mis ofrecimientos. Los convencí de
pasar conmigo y cuando hubimos accedido al recinto la señora exclamó casi con
repugno:
“¿pero
qué es esto? Dieter, vámonos. Esto es demasiado tenebroso.”
Me tuve
que contener para no soltar una carcajada. ¿En realidad había dicho eso? ¿La dueña de una funeraria
había dicho que las figuras de cráneos humanos de papel de colores y esqueletos
con flores le parecían tenebrosos?
Resulta
que a una persona que se la pasa todo el día desvalijando cadáveres y
maquillándolos, la muerte le parece un asunto tenebroso.
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